Detener el ajuste, impulsar la economía: existe otra alternativa.

Detener el ajuste, impulsar la economía: existe otra alternativa.

Aquí tienes el texto reescrito:

Milei intenta convencernos de que no hay alternativas. Que el ajuste es la única verdad posible, la única fórmula, el único destino. Que debemos seguir sacrificándonos, aún más. Pero ese camino no lleva a ninguna parte: lleva al estancamiento, a la desintegración de nuestra identidad como país, a la parálisis y a la ruptura de todo lo que alguna vez nos permitió avanzar. Por Adán Bahl, candidato a diputado nacional por Fuerza Entre Ríos.

Desde antes de asumir el gobierno, Milei repitió que el problema era el déficit fiscal, específicamente el gasto; que el Estado debía desaparecer, y para ello tenía la motosierra en mano, afirmando que el mercado solucionaría todo. Pero los hechos hablan más que los discursos. Hoy, todos los motores de la economía argentina están apagados.

Hace poco más de un mes, el Gobierno Nacional presentó el Presupuesto para 2026, el más pequeño en tres décadas, como celebró orgullosamente el Presidente. La gran meta, dijo, es alcanzar el “equilibrio fiscal”. Pero, ¿qué significa realmente eso? Que el Estado no puede gastar más de lo que recauda. El problema es que cuando la economía está estancada —sin crecimiento ni consumo—, la recaudación también disminuye. Así, se logra el equilibrio, sí, pero a base de recortes, reduciendo aún más y apagando más los motores del país. Es un círculo vicioso: menos gasto, menos actividad, menos ingresos, más ajuste.

La obra pública, que genera empleo directo y multiplica la actividad en cada ciudad, está paralizada. Escuelas, rutas, viviendas y hospitales quedaron a medio camino. Pero no se trata solo de concreto o ladrillos: detrás de cada obra suspendida hay personas, familias y economías locales que se apagan. Obliga a obreros a quedarse sin ingresos, pequeñas constructoras a cerrar, proveedores a no cobrar, y comercios locales a no abrir porque ya no hay clientes. Comunidades rurales que esperaban mejorar sus caminos para sacar su producción ahora vuelven a quedar aisladas. Madres y padres que aún esperan una nueva escuela para sus hijos y pacientes que ven un hospital prometido convertido en un edificio vacío. Familias que soñaban con un hogar ahora se quedan con una platea de hormigón inacabada.

Cada obra paralizada interrumpe un círculo virtuoso: un empleo que no se paga, una pyme que no vende, una familia que no consume, un pueblo que deja de moverse. La obra pública no es un gasto innecesario; es la forma más concreta de reactivar la economía real, la que se ve y se siente.

El consumo interno, que es el verdadero motor de nuestra economía, se ha desplomado. Los salarios no alcanzan, las jubilaciones se han diluido, y miles de familias dejaron de poder comprar lo básico. Una economía en la que la mayoría no puede consumir es una economía estancada.

Las pymes, que representan cerca del 90% del tejido productivo argentino y sostienen la mayoría del empleo privado, están asfixiadas. No tienen acceso a crédito, carecen de previsibilidad y no cuentan con un Estado que las apoye. En lugar de ayudarlas a crecer, este gobierno las castiga con tasas impagables y una demanda que se reduce a diario.

Y cuando las pymes se apagan, también se extinguen los empleos más frágiles: los de las mujeres y jóvenes, quienes son las más afectadas por el desempleo y la precarización. Ellas son las que más dependen del movimiento de la economía local: trabajan en comercios, cooperativas, talleres textiles, emprendimientos familiares y servicios de cuidado. Cuando cierran las persianas y cae el consumo, esas fuentes de ingreso desaparecen primero.

Por eso, el impacto no es solo económico: es también social y profundamente desigual. Cada pyme que cierra no deja solo una estadística, sino una red de trabajo y cuidados que se rompe.
Y mientras todo eso sucede, el Presidente se jacta de haber “ordenado las cuentas” a costa de destruir la producción, el empleo y la vida cotidiana de millones. Su única herramienta es la deuda. Pide prestado, promete pagar, vuelve a endeudar al país, y llama a eso estabilidad. Pero no hay estabilidad cuando el precio es el hambre y la desesperanza.

El resultado de esta política es evidente: un país paralizado, un pueblo cansado, una economía que solo funciona para unos pocos. Y, sobre todo, un gobierno que intenta convencernos de que no hay otro camino.

Pero hay otro camino, y no es solo una abstracción o un deseo. Es una realidad. Podemos volver a poner a Argentina en marcha. No desde el ajuste, sino desde la producción. No desde la resignación, sino desde la esperanza activa. La historia de este país está llena de momentos en que, frente al abismo, elegimos reconstruir. Y lo hicimos trabajando, apostando a la educación, la ciencia, la industria nacional, el campo, la energía, la innovación.

Hoy, el desafío es reactivar esos motores: impulsar la obra pública, que no es un gasto sino una inversión en trabajo y futuro. Recuperar el poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones, para que el consumo vuelva a mover la economía. Apoyar a las pymes y emprendedores, que son el corazón del desarrollo nacional. Proteger los recursos estratégicos, para que la riqueza del país no se fugué, sino que permanezca aquí, generando empleo y bienestar.

Eso también está en juego en estas elecciones. No se trata solo de frenar a Milei y sus aliados locales en Entre Ríos, sino de disputar ideas y acciones. Es crucial demostrar que es posible apostar a un ciclo en el que la política impulse a quienes producen, a quienes trabajan, a quienes cuidan. Un ciclo donde la palabra “progreso” vuelva a significar algo para la mayoría.

El futuro no está escrito. Podemos seguir por el camino del ajuste y la deuda, o elegir reconstruir un país que funcione para todos. El domingo 26 de octubre tenemos la oportunidad de hacerlo: votar por el trabajo, por la producción, por la dignidad. Votar por la esperanza, pero no una esperanza ingenua, sino una esperanza organizada, que se arremanga y construye.
Porque, aunque quieran convencernos de lo contrario, siempre hay un camino alternativo. Y comienza cuando decidimos volver a mover el país.

Si necesitas más cambios o ajustes, házmelo saber.

Fuente

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *